martes 6 de febrero de 2007
Por la mañana, Pablo y yo nos acercamos al mercado de al lado del hotel a echar un vistazo. Nada más llegar, un tio nos dice que pasemos a su tienda y nos regala unos colgantes. Al salir, lo mismo, otro dominicano nos intercepta y nos invita a su tienda y a unos chupitos de mamajuana. Por lo que vemos todas las tiendas tienen lo mismo: ron, mamajuana, cuadros, muñecas sin rostro, timbales... Me hace falta un bañador, y aquí llega el primer regateo. Nunca había regateado, pero por lo que oí en la Republica Dominicana es deporte olímpico. De los 30 $ que me pidió por el bañador, conseguí que me lo dejara en 18 $. Supongo que podría haber bajado algo más, pero para ser la primera vez no está mal.
De vuelta en el hotel, vamos a la playa donde están todos. Lo mismo de la mañána anterior: aerobic, cócteles... eso si, mi habitual blanco de piel se ha transformado ya en un rojo cangrejo que jode bastante (y eso usando protector factor 30). Cogimos también unos kayaks para dar una vuelta por el mar.
Por la tarde fuimos a jugar al minigolf. Nos perdimos por el campo de golf grande, pero al final encontramos el de minigolf. Después de algunas coñas con el tio del minigolf, nos repartimos en grupos y jugamos, con más o menos maña. Lo bueno fue cuando terminamos de jugar. Junto al campo había un río con nenufares, y Fer pensó en lo bien que vendría uno para poner la copa en la piscina, así que cogió uno. Como puede verse en la foto, los nenúfares de allí son enormes.
Y para volver al hotel, cogimos el trenillo. El trenillo era nuestro medio de transporte, forma de coger fresco cuando nos asabamos en el Ameridium y, sobre todo, donde más cantabamos y hacíamos el gañán. Cuando ibamos montados en el trenillo todo el mundo sabía que eramos españoles. Hasta nos conocían los conductores. Nuestro trayecto favorito era por la zona del minigolf. Una recta y al final una curva muy cerrada, bautizada como la curva de Ayrton Sena, y pedíamos al conductor que le diera 2 vueltas.
Al llegar al hotel, había que hacer parada obligatoria en el Cripta (el bar de al lado de la piscina) para repostar. El cripta era nuestro lugar de reuniones, siempre había alguien de los nuestros por allí. Piñas coladas, daikiris, cocolocos envenenaos, chupitos de mamajuana... Nos cuidaban bien en el Cripta. Alli conocimos a Omar, uno de los camareros, y quedé con él en que nos llevara un día a comer langosta.
Ese día nos fuimos pronto a dormir. A la mañana siguiente había que madrugar.